Mariscadoras y operarias: la razón de ser de la industria conservera

A lo largo de los años, la presencia femenina en este sector ha sido mayoritaria. Desde recolectar los moluscos a empacarlos en lata, la historia de las conserveras está ligada a la de las mujeres.
La industria conservera ha sido, desde finales del siglo XIX, una de las principales puertas de acceso de la mujer al mercado laboral. Es bien conocida la imagen de mujeres jóvenes con redecillas en el pelo y delantales largos que faenan concentradas en la limpieza de bonitos, mejillones, berberechos y demás animales marinos. Así lo recuerda Sandra Amezaga, presidenta de la Asociación de mujeres del Mar de Arousa: “Era un proceso muy artesanal donde había muchísimas mujeres. Estas se dedicaban a la limpieza del pescado, que se realizaba con cuchillos. También cocían los mejillones y trabajaban en el almacén”.
Esta gallega, que nació en 1966, vivía sobre una fábrica de conservas de la que su padre era el jefe, es por ello que la imagen a la que se remonta era una fotografía que sus ojos llegaron a capturar casi diariamente. “Uno de los recuerdos que tengo es el de las mujeres llevando las cajas de las conservas encima de la cabeza sobre rodetes de tela”, y apunta que “no hablamos de la prehistoria, sino de hace cuarenta y tantos años”. Y aunque algunos procesos de producción se han modernizado, hay algo que todavía perdura: la importancia y presencia de las manos femeninas.
¿Por qué mujeres?
En el mundo de las conservas el trabajo de la mujer tradicionalmente se reducía a labores manuales y de trabajo en cadena. Estas se diferencian en si, por un lado, se desarrollan dentro de una fábrica como operarias de limpieza, cortado y enlatado de las piezas, o si se trata de la figura de las mariscadoras. Ambas profesiones comienzan a darse en las zonas pesqueras preindustriales en familias en las que el marido y sustentor era marinero. Esto implicaba que pasara temporadas muy largas embarcado y que el dinero que hacía llegar a su hogar fuera escaso y llegara tarde, por lo que la mujer tenía que buscar otra fuente de ingresos. De esta forma, para compensar la economía doméstica, las madres comenzaban a trabajar por muy poco dinero en las fábricas conserveras o recolectando moluscos en las bajamares.
Luisa Muñoz Abeledo, profesora del departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, lo corrobora en su artículo científico Actividad femenina en industrias pesqueras de España y Portugal (1870-1930), en el que afirma: “Los hogares de pescadores, con ingresos parcos e irregulares de los hombres, precisaban del trabajo de las mujeres para equilibrar su presupuesto familiar, especialmente en regiones con pocas oportunidades de empleo e industrialmente atrasadas como Galicia”.
Según datos del Centro Tecnológico del Mar, en 2014 se estimaba que el 75% de la plantilla de este sector eran mujeres. Pero, ¿por qué este sexo? Abeledo expone dos causas principales por las que, desde el nacimiento de esta industria, se emplean a mujeres. En primer lugar “los salarios femeninos suponían tan solo un cincuenta por ciento de los masculinos”, por lo que se hacía para ahorrar costes laborales. Y en segundo, la investigadora asegura que las mujeres eran menos conflictivas en sus puestos de trabajo que los hombres. Esto quiere decir que las asociaciones femeninas que pedían derechos y reclamaban mejores condiciones eran muy escasas, y que, por lo general, se disolvían en el momento mismo de conseguir lo que se habían propuesto.

Uno de los pocos ejemplos de este asociacionismo espontáneo y efímero es, según cuentan las memorias de Juan Fernández Casal citadas en la web de Illa de Arousa, la huelga de mujeres que se dio en las conserveras de esta localidad gallega a mediados de los años cincuenta. Han quedado pocos testimonios de lo que aquello supuso, pero lo que se conoce es que, cansadas de jornadas laborales que solía alargarse hasta las doce horas y con un sueldo de 16 pesetas, estas mujeres decidieron luchar por un salario más digno. Así, convenido un día y una hora, todas las mujeres abandonaron sus puestos de trabajo consiguiendo, finalmente, que las fábricas de la Illa acordaran una subida salarial hasta las 20 pesetas.
El del mundo conservero es otro ejemplo más del trato desigual que han sufrido las mujeres en el mercado laboral. Y sin embargo, esta industria no se entendería sin el sello femenino que sus trabajadoras han dejado a lo largo de los años.
Conserveras, las manos de la industria
Para que podamos abrir una lata de bonito o mejillones, una de las figuras indispensables es el de las mujeres conserveras. Ellas copan la mayor parte del trabajo en cadena y fueron las encargadas de trabajar el producto de forma manual en su totalidad hasta que el sector se modernizó a principios del siglo XX, aunque hoy día existen marcas que siguen una elaboración artesanal.
La historiadora y directora del museo ANFACO, Mariña López, aclara que no todo el trabajo que las mujeres conserveras han venido desarrollando es únicamente manual. Por supuesto, aún hay muchas que salan, despiezan, evisceran y empacan a mano, pero también otras tantas manipulan máquinas. “Antes, existía la figura del hombre soldador, que iba sellando las latas una por una y que, además, tenía un sueldo muy alto”, comenta López. Sin embargo, esto cambió a principios del siglo XX, cuando se empezaron a implementar herramientas para agilizar la fabricación de la conserva, haciendo prescindibles los elevados sueldos de los soldadores y ofreciéndole a las mujeres otro quehacer dentro de la fábrica.
Asimismo, la historiadora gallega apunta que, en los inicios de la industria conservera, entre un 80% y 90% de la plantilla eran mujeres, cuyos salarios eran la mitad del de un hombre y difícilmente alcanzaban un contrato fijo. Esto supuso, en palabras de Mariña López, un punto de inflexión, ya que “la potencialidad y competitividad del sector gallego y español se basó en esa mano de obra flexible y barata que eran las mujeres”. Y si el sueldo era desigual y los contratos precarios, la gerencia parecía una utopía: “Las mujeres, como era común en estos casos, quedaban apartadas de la gestión de la empresa”, tal y como se recoge en el libro Las familias de las conservas.
Como explica Mariña López, esta situación tiene su origen en la medida en que “las mujeres, hasta la segunda mitad del siglo XX, no tuvieron una formación regulada; todo lo que recibían era un aprendizaje en la misma fábrica y no tenían acceso a las formaciones profesionales que daban paso a otros puestos más elevados”. Aunque aclara que esto no implicaba una imposibilidad de ascenso; las mujeres ascendían, pero por lo general dentro de un marco reducido de posibilidades como podía ser oficial de primera o segunda. Además, aquellas que desarrollaban un gran control sobre el ámbito en el que estaban destinadas, podían llegar a ser maestras, lo que, entre otras cosas, conllevaba el tan codiciado contrato fijo.
Mariscadoras, mujeres a pie de mar
El otro brazo femenino que hace posible la fabricación de conservas son las mariscadoras. Como suele ocurrir con las ocupaciones marcadas por la tradición en determinadas zonas, en ocasiones este oficio se hereda de madres a hijas. “Mi madre era mariscadora, al igual que mi abuela. Yo heredé de ellas la profesión, que no la plaza: esta tuve que conseguirla a través de oposición”, indica Rita Vidal, presidenta del grupo de mujeres de la Federación Nacional de Cofradías de Pescadores. Desde que esta gallega entrara con 16 años en la entidad de su pueblo, Carril (Pontevedra), como limpiadora, se propuso escalar en el sector hasta conseguir su plaza de mariscadora.

A diferencia del trabajo en las fábricas, el marisqueo a pie sigue desempeñándose con los mismos métodos artesanales de siempre. “Hay zonas en las que el acceso con herramientas es inviable porque el terreno es más fangoso o tiene algas, y nos dedicamos a cogerlas con las manos, de rodillas”, matiza la gallega. Una labor eminentemente femenina, y es que, según cuenta, las mujeres no podían ser dueñas de los barcos: “Los barcos pasaban solo de padres a hijos, y en el caso de que solo se tuviera una niña, pues al marido de la hija. Era una cosa de maldición”, relata Vidal.
Y como ocurre con las operarias de las conserveras, la mujer tiene una presencia muy importante en el marisqueo. “Las mariscadoras a pie, dedicadas a la extracción de bivalvos en las orillas, son el colectivo feminizado mayoritario –unas 4.000 en la actualidad–, lo que las ubica en una posición central en el sector”, señala Patricia Martínez García, investigadora de la Universidad del País Vasco, en su artículo de 2016 Democratizando el mar con perspectiva de género. El proceso de profesionalización de las mariscadoras a pie en Galicia. Este mismo estudio apunta que las mariscadoras “han representado las condiciones de precariedad en las que se encuadran los oficios feminizados”, una situación que comenzó a cambiar en la región gallega en los 90 gracias a “una apertura del sistema democrático en el sector pesquero”.
Así pues, las mariscadoras, como las operarias de fábrica, han mantenido una relación simbiótica desigual con la industria conservera. Ambos bandos se necesitaban, sí, pero hubo uno que tuvo que soportar unas condiciones laborales indignas. Hoy la situación ha mejorado, sin duda, y ya hay más presencia femenina en los puestos de responsabilidad de estas compañías, aunque no de forma generalizada. “Es cierto que en la actualidad encontramos a algunas mujeres con cargos destacados, pero no son muchas. Sigue siendo una asignatura pendiente tanto en las empresas como a nivel asociativo”, ilustra la historiadora Mariña López. La lucha, por tanto, continúa, a pesar de que para este sector siguen siendo igual de imprescindibles que el primer día en que envasaron una lata.